Fábula. Revista literaria
Asociación Riojana de Jovenes Escritores y Artistas
ISSN: 1698-2800
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ERUDITOS
Carlos Villar
Fábula Nº 2, p. 21-23
-Y, según lo expuesto, la proximitud
dialogística no puede ya considerarse rasgo funcional
del discurso taxológico, tal como aclara la distinción
de Rochester noventa y cuatro. Gracias.
La sala se zambulló en admiración.
Las palmas enrojecidas se batían unas contra
otras furiosamente, exudando reconocimiento a la prestigiosa
conferenciante, oriunda de la pres tigiosa universidad
española. Ella miraba y agradecía, distribuyendo
a raudales su experimentada sonrisa de sorpresa e indignidad.
Una vez más se constataban triunfo y reconocimiento,
como frutos maduros del rigor intelectual y de la esmerada
investigación académica de calidad. Así
se engrandecían los emperadores romanos ante
un populusque enfervorizado, antes de amagar una inclinación
en su paso bajo el arco de triunfo. Con ese semblante
de quien empieza a plantearse seriamente su merecido
puesto en el Olimpo, ante la evidente inferioridad de
los mortales circundantes.
-Y ahora, si alguien lo deseara, podemos
proceder a la ronda de cuestiones.
La sala se zambulló en silencio.
Obviamente, la claridad de la exposición no demandaba
explicación alguna, al tiempo que su irrefutabilidad
prohibía cualquier desacuerdo.
Por esto, la mirada triunfante de la prestigiosa conferenciante
recorría las menudas cabecitas que poblaban el
salón de congresos. No atisbaba serias amenazas
entre el populacho, a cuyos miembros, aunque numerosos,
conocía individualmente. Casi, pues había
dos o tres cuyo rostro se le escapaba.
-Pues si no hay cuestiones -comentó
el radiante presentador- no queda más que agradecer
a la profesora
-Sí, yo, por favor
-se impuso
una vocecita.
-Sí, adelante.
El nuevo objeto de todas las miradas
era un hombrecillo de edad madura, con entradas y bigote
fascistoide pero ojuelos inofensivos, apostados tras
densos cristales culibotéllicos. Un traja azul
marino de tela tosca cubría un jersey granate.
-Sí, verá. Esto
tras
felicitarle a usted por su brillante exposición
querría apuntar que no me ha parecido adecuada
su omisión de un importante teórico. Dado
que usted es probablemente la principal entendida en
lo que al discurso taxólogico se refiere en nuestro
país, me parece imprescindible mencionar la reciente
obra crítica de William S. Komek. Tanto si discrepa
de él como si acepta sus posturas, y dado que
en el libro de usted apunta a la exhaustividad en el
tratamiento del discurso taxológico, y debido
al enfoque nomotético que supone
Es decir,
pienso que es obligado citarle tanto si discrepa o no,
pues sus opiniones son muy aceptadas mundialmente.
Se hizo de nuevo el silencio. Las
mejillas de la oradora se colorearon ligeramente, mientras
su mente se afanaba febril. Algunos recuerdos de un
cuento infantil (por cierto, no analizado por Propp
o Greimás) emitían ecos remotos. Pronto,
la frialdad de la profesional y la experiencia multisecular
se impusieron.
-Bien, comprendo su objeción y la
admito como sugerencia. Sin embargo, es evidente que
la huella de William S. Komek es omnipresente en mis
desarrollos, si usted ha sido capaz de seguirlos convenientemente.
Valoro la aportación de Komek, que ha abierto
nuevos interrogantes en este campo de análisis,
pero la importancia de su obra, con todos mis respetos,
es altamente cuestionable, como muestra la omisión
que Buskhov, McGale y el mismo Rochester noventa y cuatro
hacen de sus postulados.
Pausa para absorber el líquido
y comprobar de reojo el efecto sobre sus oyentes. Ni
el César en su procesión triunfal podría
haber atajado tan hábilmente la revuelta individual
de un mezquino súbdito no contento con las monedas
arrojadas desde el carruaje imperial por su esclavo
númida. Súbdito descontento y suicida.
Podía seguir.
-Es más. La afirmación que
usted propone sobre la acreditación a nivel mundial
de tal autor es también discutible. Y les contaré
aquí una anécdota personal. Al ser invitada
a la Universidad de la Sorbona, cuando almorcé
con el mismo Buskhov, que prologaría mi último
libro que incluyo en la bibliografía que les
di, nuestra conversación derivó hacia
los últimos desarrollos teóricos del discurso
taxológico dentro de la epistemología
literaria. Como usted sabrá, Buskhov es una autoridad
indiscutible y un consumado hermeneuta. Pues bien, en
el transcurso de dicho almuerzo, el profesor Buskhov
arremetió indignado contra los plagios contenidos
en el libro de Komek que usted menciona, que no es más
que una versión arteramente modificada de los
desarrollos que McGale y Harwin esclarecen en su serie
de artículos publicados por la revista Dispositio
y de los estudios complementarios del mismo Buskhov
en Poétique . En definitiva, que al señor
William S. Komek se le puede atribuir un mérito
exclusivamente ocmo divulgador, y no demasiado honesto
en su tratamiento de fuentes, por lo que en mi exposición
he decidido ignorarle al igual que a tantos otros teóricos
de segunda fila. ¿Responde esto a su pregunta?
Súbdito descontento y suicida.
¿Quién será ese hombrecillo que
tan poco sabe de las convenciones de esta clase de conferencias?
No es del departamento de esta universidad, eso está
claro. Probablemente el eterno profesor de instituto
que quiere de vez en cuando salir de su tedio docente,
recordar sus años de vida universitaria y ahondar
en lo que no entiende, asomándose a un pozo demasiado
profundo para él. Seguro. Ese es su perfil, sin
duda. Si no, no se explica tamaña insolencia.
Nuestra dama sintió incluso cierta compasión
hacia, él, compasión que se esfumó
prontamente. Así es la vida. O pisas o te pisan.
El hombrecillo no se atrevía ni a replicar, un
nuevo arco de triunfo se aproximaba. Era preciso agacharse.
-Bien. Pues si no hay más preguntas -bramó
el presentador conservando su atractiva profiden smile
- damos por concluida esta sugerente e inspirada conferencia,
no sin antes agrade
-Perdón. Sólo una palabra.
-Vamos ya muy mal de tiempo -replicó
el presentador mudando su expresión, ahora irritada,
hacia aquel hombrecillo impertinente.
-No será ni un minuto. Simplemente
quería agradecer a la profesora su respuesta,
pues ahora reconozco una cosa: Komek no está,
ni mucho menos, a la altura de teóricos como
Buskhov, McGale o Rochester, o, sin ir más lejos,
a la altura de usted.
-Se lo agradezco.
-Pues si no hay nada más
-Y reconozco que Komek no les llega ni a
la altura de la suela de los zapatos. Porque entre otras
cosas, le falta algo fundamental. Le falta existir.
Komek no ha existido nunca. Muchas gracias y buenos
días.
La sala se zambulló en estupor
y aturdimiento. El hombrecillo dio media vuelta y se
alejó triunfalmente empuñando su paraguas.
La prestigiosa conferenciante, venida de la prestigiosa
universidad, miró a los rostros cabizbajos y
evasivos que la rodeaban. Nadie se atrevió a
decir palabra. Que lo azoten, que lo envíen a
galeras, que
Del arco de triunfo se había
desprendido una piedra, directamente contra los laureles.
Sobre el carruaje imperial el esclavo númida
se dedicaba ahora a repetir impertinentemente, porque
era su oficio: "Acuérdate de que eres mortal
"
El hombrecillo cruzó las callejuelas
mojadas y se encaminó a su instituto de secundaria.
Pensó que ese día, a los cafres de primero
de bup a quienes quería inculcar algo de su amor
por la literatura, les leería un cuento de Andersen.
Uno sobre cierto traje de oro tejido al rey por unos
sastres fraudulentos. Hasta que un mozalbete clamó
en voz alta
¿O era una niña? Habrá que comprobar
ese dato.
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Última modificación:
19-07-2017 11:21
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