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Fábula. Revista literaria
Asociación Riojana de Jovenes Escritores y Artistas
ISSN: 1698-2800

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NUEVO POBRE
Rafael Azcona

Fábula Nº 12, p. 6

     El hombre se esforzaba en disimularlo, pero se notaba a la legua que era un nuevo pobre: por debajo de la ostentación que hacía de su mugre y de sus harapos olía que apestaba a jabón y a clase media; no iba a ser agradable dormir a su lado bajo aquel puente, pero opté por la resignación, virtud que la Divina Providencia, en su infinita bondad, nos ha otorgado con no menos infinita largueza a los pobres en general y especialmente a los de pedir.
     Siempre me gustó aquel puente. Salvaba uno de esos pequeños ríos que fluyen a los pies de los terribles pueblos encaramados en una loma, constantemente amenazados por nublados que no descargan nunca y en cuyas calles pedir limosna por el amor de Dios, más que un medio de subsistencia, es un arriesgado deporte: las murallas lucen letreros que dicen En esta villa están prohibidas la mendicidad y la blasfemia , sus perros nacen ya adiestrados en el acoso y persecución del pordiosero, los niños tienen tal tino que donde ponen el ojo ponen la piedra y los adultos te dan cinco céntimos -cuando te los dan- al mismo tiempo que avisan a la Guardia Civil para que esté ojo avizor, no sea que los dilapides en vicios.
     Decía que a mí me gustaba mucho aquel puente. Era de piedra, que es de los que deben ser los puentes -los de hierro tienen algo de prisión desolada y retumbante- y bajo sus arcos unos se sentía tan protegido como en el vientre de su madre, calentito en lo más crudo del invierno y más fresco que una lechuga en los ardores sofocantes del verano: ¡qué delicia, fumarse la última colilla de la jornada mirando a las estrellas antes de buscar su cobijo para adormecerse con el rumor del agua!
     Bien. Pues, como decía, estaba yo disfrutando de esa última colilla cuando advertí que aquel desgraciado en busca de un hueco entre los menesterosos que ya dormían, me echaba una ojeada de desprecio mientras gruñía entre dientes algo como Qué vergüenza, tener que soportar a estos advenedizos , sin saber que bajo mis harapos late el corazón de un piojoso con ascendientes mendicantes hasta la séptima generación.
     No respondí a la provocación; me limité a escupir a los pies del recién llegado a la inopia, y seguí fumando en paz conmigo mismo y con toda -o casi toda- la Creación. Porque resulta que nosotros, los indigentes de verdad, nos encontramos muy a gusto en este mundo y no somos partidarios de que nada cambie; nunca se sabe en qué puede parar una revolución, y siempre se corre el riesgo de que, sin comerlo ni beberlo, te coloquen en las manos un pico o una pala, que no sé qué será peor, pues nunca he probado a manejarlos. Bueno, ya me he perdido otra vez. Esto de perder el hilo me pasa mucho, y en una ocasión -era yo muy joven, todavía tenía todo el pelo y todos los dientes- estuvo a punto de arruinar mi vida. Fue en un pueblo de Lugo y en primavera cuando una viuda con las tetas como cántaros correspondió a mis gemebundos ¡Una limosna por el amor de Dios! con media hogaza y una loncha de lacón, y yo, en lugar de agradecérselo con un Dios se lo pague -que era lo que convenía al caso- empecé a hablar del tiempo tan hermoso que hacía, y de una palabra a otra acabamos en un pajar en el que me desperté con la viuda hablándome de matrimonio.
     Vuelvo al nuevo pobre: ya estaba yo a punto de conciliar el sueño cuando lo sentí en pie ante mi yacija, doblado el espinazo como una escarpia; era obvio que algún compañero de los que dormían bajo el puente le había hablado de mi rango en la escala de la indigencia, y el infeliz se deshacía en excusas: Perdóneme… No sabía que usted… Hay tanta confusión hoy en día entre las clases sociales… Me siento mortificado… Nada más lejos de mi ánimo que intentar ofenderle…
     Pobre diablo. Sentí una gran piedad por él -no suele suceder que un pobre se apiade de nadie- y cuando se quedó sin aliento le di diez céntimos: luego, recogiendo mis pertenencias, fui a instalarme junto al otro lado del arco: el tipo olía demasiado a miseria para ser un verdadero miserable.
     Y es que hay que nacer.


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Última modificación: 19-07-2017 11:21

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