Fábula. Revista literaria
Asociación Riojana de Jovenes Escritores y Artistas
ISSN: 1698-2800
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EVELYN WAUGH: LA VOCACIÓN
DE ESCRITOR
Carlos Villar Flor
Fábula Nº 13, p. 38-41
El 28 de octubre de 2003 se cumplieron cien años
del nacimiento del novelista inglés Evelyn Waugh.
Conocido en nuestro país sobre todo por Retorno
a Brideshead (a lo cual contribuyó el éxito
de la versión televisiva de los ochenta, con
Jeremy Irons y Laurence Olivier, entre otros), Waugh
goza aquí de un moderado reconocimiento. Sus
novelas, relatos y libros de viajes se siguen reeditando
y traduciendo al castellano, pero los artículos,
ensayos y biografías que escribió o que
escribieron sobre él aún permanecen inéditos.
En Gran Bretaña y Norteamérica se sigue
leyendo ampliamente, sus frases puntiagudas siguen citándose
en prensa, y sus novelas se trasladan a la pequeña
o gran pantalla con éxito (como es el caso de
la reciente Bright Young Things , de Stephen Fry, basada
en Cuerpos viles , o la nueva versión que se
prepara de Brideshead ). En ámbitos críticos
británicos, sin embargo, se le relega con porfía,
siendo quizá víctima de la caza de brujas
posmoderna contra un autor políticamente incorrecto.
A lo largo de los treinta y ocho años en que
se ganó la vida con su pluma, Waugh experimentó
una significativa evolución en el concepto de
vocación literaria. Nacido en 1903 en el seno
de una familia de intelectuales, tras una etapa universitaria
fascinante y disoluta en el Oxford de los años
20, Waugh atraviesta un periodo de crisis personal y
laboral, que sólo supera cuando descubre que
su destino ha de ser la escritura. Se estrena con una
biografía de Rosetti a la que sigue de cerca
su primera novela, Decadencia y caída (1928),
sátira disparatada de la sociedad británica
moderna. La voz propia del nuevo autor despliega recursos
originales a la vez que rehuye las innovaciones formales
propias del modernismo inglés. En cambio, su
impresionismo narrativo se basa en la observación
rápida y la atenuación, la yuxtaposición
de registros y estilos diversos, las descripciones breves
y contundentes, los diálogos vivos y el contrapunto
cinematográfico, todo ello regado de ironía
inglesa que explota con chispa la ambigüedad, y
de una preocupación por encontrar la palabra
justa. Autores como Firbank, Wodehause o Hemingway se
sugieren como maestros para el joven Waugh, que en esta
línea saca a la luz una serie de sátiras
traviesamente irreverentes. Cuerpos viles (1930), Merienda
de negros (1932), Un puñado de polvo (1934),
o Noticia bomba (1938) exploran los peligros que acechan
al inocente en una sociedad depredadora, la frivolidad
de la movida inglesa de los locos años veinte,
la crisis de la modernidad. Son años en los que
Waugh sabe "venderse" al público inglés
que tan bien le ha recibido y, consciente de que el
éxito radica en que no se olviden de él,
se afana por escribir artículos de prensa sobre
los temas más diversos, predominando aquellos
en los que se erige en representante de su generación.
Paralelamente se embarca en variadas expediciones como
reportero, destinadas en primer lugar a proporcionarle
materia novelable de primera mano. Podríamos
decir que Waugh "patenta" el sistema -que
otros autores como Graham Greene adoptarán en
el futuro- de publicar un libro de viajes seguido de
una novela, ambos basados en la misma experiencia extranjera.
La Segunda Guerra Mundial provoca un cambio en la trayectoria
de Waugh, no tanto un giro divergente sino más
bien un factor de maduración. Nuestro autor se
presenta voluntario y participa como oficial de infantería
de marina en ciertas acciones militares, en las que
demuestra firmeza y coraje. Sin embargo, el saldo de
su experiencia bélica se le antoja desolador:
está convencido de que su país ha logrado
la victoria a cambio de traicionar los ideales iniciales
y denuncia su connivencia ante el sometimiento del Este
cristiano a manos soviéticas. Además,
la nueva sociedad que se perfila en la segunda mitad
de siglo parece dar la espalda a muchos de los valores
que Waugh más estimaba. Fruto de esta impresión
de decadencia surge su obra más célebre,
Retorno a Brideshead (1945), narrada en tonos nostálgicos
de especial poder evocador, que le convierte en un autor
mundialmente famoso. La novela narra la historia de
Charles Ryder, capitán temporal de infantería
durante la guerra, que llega de noche con su tropa a
un destino desconocido. Al amanecer descubre que se
trata de la mansión donde pasó los mejores
años de su juventud y donde conoció a
la familia Marchmain, cuyos aristocráticos miembros
tanto influyeron en su vida, como se nos cuenta en una
extensa analepsis. El título de la primera parte,
"Et in Arcadia Ego", establece el carácter
elegíaco que domina la obra, lamento por la pérdida
de un pasado irrecuperable.
En 1946, en la cresta de su notoriedad tras la exitosa
recepción de Brideshead , Waugh escribe un singular
manifiesto: "En el futuro habrá dos cosas
que harán mis obras impopulares: voluntad de
estilo, y el intento de representar al hombre más
plenamente, lo cual para mí sólo significa
una cosa, el hombre en su relación con Dios".
¿Significa esto que el autor recién encumbrado
se propone rehuir la fama? No exactamente, pero sí
quizá supone la subordinación de ésta
ante su misión como escritor. Ante la creciente
tendencia a que los autores se conviertan en oráculos
mediáticos que disertan sobre el último
tema de actualidad, Waugh se repliega más sobre
su reclusión artística: "El escritor
debe elegir entre ser artista o profeta", escribirá.
"Se puede encerrar tras su escritorio y buscar
el placer egoísta de perfeccionar su arte, o
andar de acá para allá dictando condenas
y exhortando sobre los temas del día. El recluso
tiene escasas posibilidades de proporcionar y placer
permanente a los demás; el publicista, ninguna
en absoluto". En unos años en que la historia
literaria reconoce un empobrecimiento general de la
prosa inglesa, Waugh detecta que la sociedad emergente
tras la Segunda Guerra no valora el estilo tal como
él lo entiende, en el más acendrado sentido
neoclásico de artesanía de la palabra.
"Lucidez, elegancia e individualidad" son
los tres principios que todo artista debe combinar para
lograr "aproximarse a le permanencia en el fugitivo
mundo de las letras".
El segundo aspecto que madura en estos años es
la autenticidad de su conversión al catolicismo,
acaecida en 1930 y nunca perdonada del todo por la crítica
inglesa. En esto también se distancia de las
corrientes culturales dominantes en la segunda mitad
del siglo, pues en los artículos periodísticos
tras su vuelta del frente Waugh deja claro a sus lectores
que la fe no es una afición que puede enriquecer
más o menos la personalidad; al contrario, es
una adhesión que penetra y transforma radicalmente
la propia vida. Waugh argumenta a los anglicanos que
le tachan de papista que no se ha convertido tanto al
catolicismo como al cristianismo, y que en la conservación
de este mensaje al mundo occidental se juega la misma
pervivencia de su civilización.
Su insatisfacción con el presente y las amenazas
del futuro le invitan a adoptar pose de conservador
nostálgico. En los años 50 sigue meditando
sobre el alcance de su vocación de escritor,
y cómo ésta no debe centrarse en agasajar
la propia vanidad: "A menudo es el orgullo, la
imitación, la avaricia o la malicia (
)
las que llevan a un autor a completar, elaborar, refinar,
destruir o renovar su obra hasta que ha logrado algo
que gratifica su orgullo y avaricia y ambición.
Y al hacer esto enriquece al mundo más que los
buenos y generosos, aunque puede perder el alma en el
proceso. Esta es la paradoja del logro artístico".
En novelas como Helena (1950) se expresan algunas conclusiones
fruto de su reflexión, como las puestas en boca
del intelectual Lactancio: "Ser mártir requiere
condiciones especiales, igual que ser escritor. El mío
es un oficio más humilde, pero no se debe considerar
totalmente falto de valor (
) pues es igualmente
posible dar la forma adecuada a la cosa equivocada que
viceversa". El escritor, por tanto, debe poner
todo el arte de que sea capaz al servicio de la verdad.
A la vuelta de los años, con independencia del
grado de aceptación que sus ideas nos merezcan,
resulta innegable que Waugh expresó con honestidad
sus opiniones y diagnosticó con clarividencia
realidades que quizá otros intelectuales menos
independientes no percibieron, como es el caso de las
crueles represiones del comunismo (su desenmascaramiento
de Tito fue profético), la evolución del
anglicanismo, o la manipulación mediática
de las guerras.
Sus obras tardías, si bien no cumplen a rajatabla
el manifiesto de 1946, matizan sus puntos de vista y
explotan sus vivencias ("he utilizado toda mi vida
en mi ficción", dirá poco antes de
morir, ante la falta de inspiración para escribir
el segundo tomo de su autobiografía). Tras la
novela basada en su viaje a España, La Europa
moderna de Scott-King (1947), publica la sátira
Los seres queridos (1948), donde reelabora un viejo
tema: los engaños con que las utopías
mundanas (sean de corte esteticista, marxista, capitalista
o de un humanismo sentimental) predican el paraíso
terrenal. Tras la apologética Elena o la autobiográfica
Odisea de Gilbert Pinfold (1957), Waugh culmina su carrera
narrativa con las tres novelas que componen su trilogía
Espada de Honor , donde plasme su experiencia bélica
y su madurada visión de la vida "sub specie
aeternitatis", a la vez que perfecciona los recursos
estilísticos, narrativos y caracteriológicos
que le destacaron desde sus tempranas obras. Al igual
que su autor, Guy Crouchback se alista en el ejército
británico con la esperanza de contribuir a defender
la democracia frente al totalitarismo. Tras las variadas
peripecias bélicas que le provocan una creciente
desilusión, Guy aprende que las causas dignas
de entregar la vida son las que se presentan en la vida
ordinaria, las que sólo cada uno puede llevar
a cabo, los "actos singulares de servicio".
La prosa de Evelyn Waugh pasará a la historia
por su inteligencia y clarividencia, que no acepta lectores
inatentos o insensibles. El giro estructural, el golpe
de efecto, la revelación de personajes, la frase
punzante o el oxímoron hilarante pueden irrumpir
en el párrafo más inesperado. En total
nos legó dieciséis novelas, tres biografías,
una autobiografía, seis libros de viajes, varios
relatos breves, centenares de artículos y ensayos,
diarios y cartas. Con este corpus literario de indudable
valía, Waugh contribuyó a reavivar la
narrativa inglesa y universal, aportando un singular
ingenio cómico e inventiva, una técnica
innovadora de raíz fílmica, su clarividencia,
sentido de la artesanía, y su matizada visión
del arte, la fe y el amor, todo ello impregnado de un
acusado sentido histórico al representar la crisis
de la modernidad.
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Última modificación:
19-07-2017 11:21
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