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Fábula. Revista literaria
Asociación Riojana de Jovenes Escritores y Artistas
ISSN: 1698-2800

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Sumarios

CONSPIRACIÓN
Sergio Cuadro Fanjul

Fábula Nº 20, p. 50-54

     - ¿Y tus padres eran jipis o qué?
     - ¿Por qué lo dices?
     - Por tu nombre.
     - Ah. Pluma es un nombre raro. Pero bonito.
     - Sí, nunca he conocido a ninguna otra Pluma. Y sí, es bonito. Aunque depende de a que pluma se refiera. Hay plumas horrorosas.
     - Poetas.
     - ¿Qué?
     - Poetas, digo. Mis padres. No eran jipis, eran poetas.
     - Vaya. ¿Y vivían de la poesía?
     - No sé. Supongo.
     - Nunca he conocido a ningún poeta que viva de la poesía.
     - Pues haberlos haylos, como las meigas. Aunque yo tampoco he conocido a ninguno.
     - Coño, conoces a tus padres.
     - Ya, pero ya te dije que no sé si viven de la poesía. Yo eso no lo sé ni quiero saberlo.
     - Cuando me dijiste tu nombre te imaginé en una de esas comunas de la costa. En pelotas y sin pisar la escuela hasta los doce años.
     - Pues no es así. Por cierto, ¿existen esas comunas?
     - No sé. Eso dicen. Aunque es algo que tampoco he visto.
     - Como las meigas y los poetas que viven de la poesía.
     - Las suelen llevar ancianas anarquistas, dicen. Tienen generadores eléctricos, cultivan su huerta y montan a caballo. En pelotas. Eso es lo que se cuenta.
     - Tal vez estén escondidos.
     - ¿Quiénes, los jipis?
     - No, los poetas que viven de la poesía. O tal vez no se lo confiesan a nadie. Lo llevan en secreto.
     - Sí, seguro: dicen que están en el paro pero en realidad están forrados gracias a la poesía. Tienen millones en el banco y mansiones secretas a las que no pueden llevar a sus amigos para no descubrir el pastel. Se pasan la vida solos y aburridos, tumbados sobre un colchón de monedas, comprobando, como buenos románticos, que el dinero no da la felicidad.
     - Ya. En realidad es bastante parecido a las comunas jipis. Aunque yo lo hubiera preferido. Estaba siempre tan sola en la mansión. Solo podía jugar con Bautista, el mayordomo, que era un viejo pellejo.
     - ¿Qué mansión? ¿De qué estas hablando?
     - De la de mis padres. ¿No te dije que son poetas?
     - Sí, pero me dijiste que nos sabías como se ganan la vida. Imaginé que eran contrabandistas o narcotraficantes.
     - Ya, bueno. Eso era para disimular. Ahora se me ha escapado. Esa es la verdad: ahí la tienes.
     - Pero ¿en verdad tienen una mansión?
     - Claro. Es enorme. Con grifería de oro. Y con Bautista dentro. Es un viejo pellejo.
     - Debes estar bromeando.
     - No, no. Todo esto es cierto. Me sorprendió que conocieras todo el complot de los poetas ricos. Casi nadie lo sabe. La gente piensa que no se comen un colín, que viven en cuartuchos oscuros bebiendo vino malo y llorando por amores no correspondidos. Pero no es así.
     - ¿No?
     - No, que va. Hay un montón de poetas ricos. Pero no puedes decírselo a nadie. Es un secreto. No sé porque te lo he contado. Bueno, porque pensé que lo sabías cuando lo mencionaste.
     - Solo bromeaba. Pero ya veo que la realidad supera a la ficción. Cojones, qué fuerte.
     - Mi infancia fue horrosa. En aquella finca en medio del bosque. Tampoco fui a la escuela hasta los doce, como los niños de los jipis. No podía traer amigos a casa. Y mis padres estaban siempre muy atareados componiendo versos alejandrinos.
     - Vaya. Pensaba que la poesía no vende demasiado. Que aunque tenía los mejores lectores, estos no eran muchos.
     - Es todo una conspiración. El lobby de los poetas es muy poderoso: tienen influencias, están en contacto con los banqueros (que les guardan el dinero) y con los militares. Entrenan a grupos armados en Oriente Medio que están dispuestos a actuar si la situación se pone fea. Presionan a los medios de comunicación para que creen la idea falsa de que los poetas son pobres. Presionan hasta a los directores de cine, a los músicos, a todos los productores de cultura para que en las películas, en las fotos, en las novelas siempre aparezca el estereotipo de poeta sensible, desahuciado, dedicado a su arte e incomprendido. Pero los poetas en realidad no tienen nada que ver con esto. Son tipos fríos y calculadores y mantienen el status quo con mano de hierro. En realidad no tienen sentimientos, es todo una farsa: mis padres no me dieron ni una pizca de cariño. Me castigaban encerrándome en una habitación durante días con a única compañía de Bécquer, de Yeats, de Rilke, de Cernuda, de Milton, de Blake. Libros de poesía. Querían que yo fuera poeta. Pero yo les salí rana: yo quería se ingeniera o abogada. Me gustan las cosas prácticas, y eso es algo que los poetas no soportan. Tal vez por eso me fue tan mal con ellos, porque no soy como ellos desean. Además temen que, al estar fuera, descubra la realidad. Así que por favor no le cuentes esto a nadie.
     - No, no te preocupes. Seré una tumba.
     - Yo si que seré una tumba si divulgas esta información. Me tienen vigilada. Sé que mi teléfono está pinchado. Es horrible.
     - Oye, hay algo que se me escapa. ¿Cómo reúnen tales fortunas? Porque yo no veo que haya muchos lectores de poesía.
     - Haberlos haylos. Como las meigas y los poetas que viven de la poesía, como las comunas y la gente que se llama Pluma, ya ves. ¿Tú lees poesía?
     - Sí, claro. Tengo algunos libros.
     - Vale, lees poesía ¿no? Y la gente que te rodea ¿sabe que lees poesía? ¿Lo cuentas por los bares, hablas de poesía por ahí?
     - Pues no. La verdad es que no.
     - ¿Y por qué razón no hablas de ello?
     - Me pasas la sal por favor.
     - Sí, claro. Digo que por qué razón no hablas de poesía.
     - Pues porque creo que a nadie le interesa. Y porque no quiero parecer un esnob.
     - Pues ahí tiene la clave. En realidad todo el mundo lee poesía. Todo el rato. Pero es algo de lo que no se habla. Como el sexo anal. Lo mismo.
     - Vaya, no puede ser.
     - Así es. Por cierto me encantan los filetes que sirven aquí. Vengo a menudo.
     - Y yo, tienen buena carne.
     - Sí.
     - Entonces, ¿vives perseguida por los poetas?
     - Se podría decir que sí. Pero hay algo más.
     - ¿Qué más hay?
     - Estoy en la resistencia.
     - ¿La resistencia?
     - Sí, la resistencia. Existe una red de gente enterada de todo esto. Trabajamos en la clandestinidad. Hay que tener cuidado, ellos, como te digo, son muy poderosos. Tienen espías por todas partes. Ese camarero, mismamente, podría ser un espía. Así que bajemos la voz.
     - Vaya. Yo mismo podría ser un espía. Te acabo de conocer.
     - Ya lo sé. No sé porque te estoy contando todo esto. Años de silencio y ahora se lo suelto todo al primero que me pregunta si puede sentarme en mi mesa. ¿Un poco más de agua?
     - Sí, por favor.
     - Supongo que es porque ya no soporto la presión. Estoy muy quemada con este asunto.
     - Ya. ¿Y qué hacéis en la resistencia?
     - Pues nada por ahora. Resistimos, supongo. Nos reunimos, hacemos asambleas, levantamos actas, todo muy en secreto. Lo cierto es que no sabemos muy bien que hacer.
     - Debe resultar difícil enfrentarse a un enemigo tan grande y poderoso.
     - Ya lo creo. Nuestra prioridad es evitar el conflicto armado. Si éste estallase seríamos barridos. No estamos en igualdad de condiciones.
     - ¿Cómo?
     - Claro, te hablé antes de los grupos armados que entrenan en Oriente Medio.
     - Ah sí, claro. Me gustaría poder ayudaros.
     - Es peligroso, mejor que nos dejes actuar a nosotros. Lo único que puedes hacer es decir a la gente que te rodea que lees poesía. Hay que acabar con esta farsa y tal vez te lleves alguna sorpresa.
     - De acuerdo. Lo haré. No lo dudes.
     - Gracias.
     - Por cierto, he de irme, se está haciendo tarde. Tengo que ponerme a trabajar.
     - ¿A qué te dedicas?
     - Escribo. Poesía.
     - Ah.
     - La comida estaba estupenda.
     - Sí.
     - ¿Volveré a verte?
     - Si es necesario yo me pondré en contacto contigo.
     - Vale.
     - Ciao.
     - Ciao.

 

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Última modificación: 19-07-2017 11:21

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