De “la facultad del lenguaje”
a las facultades
que definen el lenguaje:
una visión cognitivista
sobre la relación
entre gramática y significado

Prof. Dr. Francisco José Ruiz de Mendoza Ibáñez

Departamento de Filologías Modernas

De “la facultad del lenguaje”
a las facultades
que definen el lenguaje:
una visión cognitivista
sobre la relación
entre gramática y significado

Lección Inaugural del Curso Académico 2018-2019

Universidad de La Rioja

Servicio de Publicaciones

2018

RUIZ DE MENDOZA IBÁÑEZ, Francisco José

De “la facultad del lenguaje” a las facultades que definen el lenguaje: una visión cognitivista sobre la relación entre gramática y significado : lección inaugural del curso académico 2018-2019 / Francisco José Ruiz de Mendoza Ibáñez. -- Logroño : Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2018.

58 p. ; 24 cm.

Lección inaugural del curso académico 2018-2019

ISBN 978-84-09-00696-0

1. Lingüística cognitiva. I. Universidad de La Rioja. Servicio de Publicaciones. II. Título.

81’36

CF — THEMA 1.0

© 2018

Francisco José Ruiz de Mendoza Ibáñez

Universidad de La Rioja. Servicio de Publicaciones

ISBN: 978-84-09-00696-0

Depósito Legal: LR-1119-2018

Diseño de colección: Servicio de Relaciones Institucionales y Comunicación de la UR

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1. Introducción

El estudio del lenguaje constituye una ardua tarea. El lenguaje es producto de la capacidad superior de la mente del ser humano, por lo que se ha de contemplar en relación con las sorprendentes facultades cognitivas de este. Esto hace que en su análisis incidan cuestiones sobre el desarrollo del cerebro, así como sobre los procesos de aprendizaje, la memoria, la percepción y la comprensión. También es un eficaz instrumento de comunicación entre seres humanos. Mediante el lenguaje se transmiten ideas en diversos órdenes de complejidad, pero también se expresan sentimientos, se manipula e influye en la conducta de los demás y se componen textos cuya función es la de servir como vehículos de todo lo anterior. Al estudiar el lenguaje se debe tener en mente, por tanto, estas dos dimensiones, la cognitiva y la comunicativa, ambas complejas. Pero también se debe tener en cuenta que se han de describir y explicar lenguas específicas. Esto supone otro importante desafío. Según el último catálogo de la Sociedad Lingüística de América (Ethnologue, 21 edición), existen más de 7.000 lenguas en el mundo, eso sin contar variantes dialectales. Por otra parte, existen varias clases de lenguaje, ya sea hablado o escrito, como el literario, el científico-técnico, y el periodístico, cada uno definible por rasgos no presentes en las otras variedades. Así, debido a su objetivo estético, el lenguaje literario es fundamentalmente connotativo y subjetivo, mientras que el científico-técnico se caracteriza por ser denotativo y objetivo y el periodístico por ser narrativo y descriptivo.

Cada lengua es un complejo mundo, variando respecto a otras en su estructura fonológica (que incluye no solo sonidos sino también patrones de entonación y acento), su organización léxico-idiomática, su sintaxis, y las reglas y principios de uso de todo lo anterior atendiendo a un denso entramado de variables contextuales, sociales y culturales. Estudiar científicamente una sola lengua supone no solo adentrarse en cada uno de estos niveles y dominios sino comprender sus interrelaciones, tarea nada sencilla. Debido a las características intrincadas del lenguaje, la lingüística ha generado diversos modelos, en ocasiones dispares, que intentan explicar por qué el lenguaje es y funciona de la forma que lo hace. Por ejemplo, en los años sesenta del siglo pasado se produjo una importante revolución en el estudio de la lingüística de la mano del afamado Noam Chomsky y su gramática generativo-transformacional. En este enfoque se propugnaba la reducción del estudio del lenguaje por parte del lingüista a sus aspectos formales, en esencia la fonología, la morfología y la sintaxis, siendo esta última la que más atención recibiría por encerrar principios fundamentales de lo que se conoce como gramática universal, compuesta por el conjunto de reglas, comunes a todas las lenguas, que ayudan a los niños a adquirir su lengua materna de forma sorprendentemente rápida (Chomsky 1964, 1980). Para Chomsky, se puede distinguir entre lingüística interna y externa. Ambas tienen carta de naturaleza, pero solo la primera se ocupa de las leyes de la gramática universal, siendo la otra de corte periférico y ligada a lenguas particulares, normalmente objeto de la tipología lingüística, que se encarga del estudio de los rasgos que las lenguas tienen en común, lo cual se puede abordar desde cualquier escuela. Según Chomsky, del enfoque externo se pueden derivar tendencias, descriptibles como patrones de mayor o menor prevalencia en las lenguas, pero no principios universales. Por ejemplo, un supuesto principio de la gramática universal es la recursividad, propiedad a la que nos referiremos más adelante (apartado 2), por la que una misma regla se puede aplicar de forma indefinida a cada resultado anterior de su aplicación. Un patrón tipológico, en cambio, establece que la mayor parte de las lenguas prefieren el orden Sujeto-Verbo-Objeto (SVO) o Sujeto-Objeto-Verbo (SOV) a otros como Objeto-Sujeto-Verbo (OSV), Objeto-Verbo-Sujeto (OVS), Verbo-Sujeto-Objeto (VSO) o Verbo-Objeto-Sujeto (VOS). De hecho, el orden OVS es el menos frecuente (Gell-Mann y Ruhlen 2011). Otro patrón consiste en distinguir entre lenguas acusativas y ergativas. En las primeras, el sujeto de un verbo transitivo, que tiene dos participantes, como romper (El niño rompió el jarrón), aparece marcado formalmente como el de un verbo intransitivo, es decir, como un verbo con un solo participante (por ej., correr). Este es el caso del español y el inglés. Sin embargo, en las segundas, como ocurre con el euskera, el maya y el tibetano, el sujeto de un verbo intransitivo posee las mismas marcas formales que el objeto de un verbo transitivo pero distintas a las del sujeto de un verbo transitivo. También existen lenguas que combinan el patrón acusativo con el ergativo, como el wangkumara, que es una lengua de los aborígenes australianos, los diversos dialectos del khanty, de la Siberia Occidental, y el semelai, de la península malaya (Dixon 1994).

El reduccionismo del generativismo ha sido objeto de crítica tanto por parte de lingüistas funcionalistas como de cognitivistas. Los primeros, como Michael Halliday, Simon C. Dik y Talmy Givón, se han centrado especialmente en estudiar la influencia de factores comunicativos en la forma lingüística. Los segundos, como George Lakoff, Leonard Talmy y Ronald Langacker, han dirigido sus esfuerzos a la comprensión de cómo la cognición incide en la configuración de numerosos aspectos de la gramática además de guiar nuestro modo de interpretar los usos lingüísticos. El generativismo siempre ha defendido que el lenguaje es un instinto para que el que nuestro cerebro posee un equipamiento neuronal que, a modo de un órgano, lleva codificado un esquema o sustrato de todas las posibles opciones gramaticales de las lenguas humanas. Debido a este equipamiento, un niño aprende su lengua materna con relativa facilidad y rapidez, pues el proceso de aprendizaje se reduce a ir recogiendo aquellas reglas que ajustan (o “parametrizan”) los principios abstractos de la gramática universal, que ya posee de partida. En el funcionalismo y en el cognitivismo se pone en duda que el aprendizaje de la lengua materna dependa de una supuesta gramática universal. Así, en el funcionalismo se argumenta que el niño recibe una gran cantidad de datos lingüísticos de su entorno, cuya función y significado se van haciendo patentes a medida que los interioriza y emplea en contextos comunicativos reales (Halliday 1993). En el cognitivismo se sostiene, además, que este aprendizaje está constreñido por factores como la cognición social, la perspectivización y la cultura (Tomasello 2008, 2010, 2014). Estos factores actúan conjuntamente en la adquisición de lenguas, pero también es posible que hayan tenido que ver con el origen de las lenguas. Según el psicólogo Michael Tomasello, los antepasados más directos de los humanos en la escala evolutiva ya habían desarrollado hace unos 300.000 años un alto nivel de inteligencia cooperativa, superior a la de otras especies (Evans 2015: 289). Los hallazgos arqueológicos no solo demuestran esto, sino que también apuntan hacia una muy probable capacidad simbólica de estos individuos. Así, las modificaciones en la organización social tuvieron que venir acompañadas de cambios en la organización del cerebro y de un incipiente desarrollo del lenguaje, que pudo haber comenzado como un sistema de gestos posteriormente apoyado por el desarrollo vocal para más adelante dar primacía a este último.

Si de estos u otros factores surgió, o no, una facultad especial independiente de las facultades que le dieron origen es una cuestión que queda por resolver. No obstante, lo que los estudios comunicativos y cognitivos del lenguaje revelan, contrariamente a la visión chomskiana, es que hay suficientes presiones sobre el lenguaje, procedentes de factores sociales, culturales, tipológicos y perceptuales, como para desdeñar su importancia. Por tal razón, en esta lección trataremos algunos de ellos, en concreto aquellos que han hecho posible entender mejor, en las cuatro últimas décadas, la relación entre comunicación, cognición y gramática. Por razones de espacio, seleccionamos aquellos que, hasta la fecha, se han mostrado más reveladores. Asimismo, por conveniencia expositiva, salvo donde la argumentación lo haga imposible, utilizaremos ejemplos en español para ilustrar las tesis que aquí se defienden.

2. La formulación de leyes

Los lingüistas aún no han logrado desentrañar las leyes que rigen todos los aspectos de la forma, función y uso ni siquiera de las lenguas más estudiadas —la mayor parte pertenecientes a la familia indoeuropea— y mucho menos las de otras lenguas. Por desgracia, se carece de un aparataje analítico-explicativo completo y libre de controversias. Se puede poner como ejemplo el estudio del idioma pirahã, hablado por una pequeña comunidad de poco más de un centenar de individuos que habitan una zona de Brasil a lo largo del río Maici, uno de los afluentes del Amazonas. El conocido lingüista Daniel L. Everett, de la Universidad de Manchester, ha dedicado toda su carrera profesional, de cuatro décadas, a estudiar esta lengua. Algunas de sus características están bien establecidas; por ejemplo, fonológicamente es la lengua más simple conocida, carece de número gramatical y, como lengua aglutinante, acumula afijos en torno a una base léxica para expresar lo que en lenguas no aglutinantes requeriría una cadena léxica organizada sintagmáticamente. Sin embargo, sobre su rasgo más característico no hay acuerdo entre los investigadores. Se trata de la supuesta ausencia de recursividad en esta lengua (Everett 2005), fenómeno que durante años se ha postulado como una propiedad universal del lenguaje humano (cf. Hauser, Chomsky y Fitch 2002, Chomsky 2005, 2007). La recursividad, como hemos señalado anteriormente, es una propiedad de las lenguas por la que una regla lingüística se puede aplicar indefinidamente a cada resultado de la aplicación de esa misma regla. Por ejemplo, la oración Sonrió a la niña se puede subordinar a La mujer es mi vecina formando el compuesto La mujer que sonrió a la niña es mi vecina. Esta regla de composición se puede utilizar una y otra vez, sin límite gramatical, si bien con límites psicolingüísticos de producción y procesamiento. Esto se puede apreciar claramente a partir de la comparación de las oraciones compuestas (1) y (2), donde, siendo ambas perfectamente gramaticales, la oración (1) es plenamente aceptable, pero no así la (2), que causa extrañeza:

(1) La mujer que sonrió a la niña que sonrió a su hermanito es mi vecina.

(2) La mujer que sonrió a la niña que sonrió a su hermanito que sonrió a su primito que sonrió a su amiguito que sonrió a su tío que sonrió a su esposa que sonrió a su hermana que sonrió a su cuñado que sonrió a D. Manuel que sonrió a la congregación es mi vecina.

Según Everett, este tipo de uso recursivo del lenguaje no parece posible en pirahã. Sin embargo, según otros lingüistas, no se puede afirmar categóricamente que no exista ningún tipo de recursividad en esta lengua. Así, en su reseña sobre el trabajo de Everett (2005), Nevins, Pestesky y Rodrigues (2009: 370) apuntan a algunos casos de posible subordinación recursiva mediante una reanálisis de ejemplos aportados por el propio Everett. Por ejemplo, en pirahã la oración Realmente sabe hacer flechas se expresa como sigue:

(3) hi ob- áaxáí [kahaí kai-sai]
3 ver/saber-INTNS flecha hacer-NOMLZR

El marcador sai indica que existe una nominalización del verbo, con lo que el constituyente que aparece entre corchetes equivaldría a decir “hacer flechas” y la oración completa a decir “realmente conoce la manufactura de flechas”. Esto apuntaría a una subordinación de tipo nominal. Sin embargo, Everett sugiere que hay parataxis y no subordinación por varias razones, pero la principal es porque la lengua pirahã sitúa el objeto directo inmediatamente antes del verbo. Si el constituyente entre corchetes fuera un objeto directo, debería ir antes del verbo de conocimiento. Como esto no ocurre, se deduce que los dos componentes de la oración (3) estarían en relación de parataxis (yuxtapuestos el uno al otro), sin recursividad. Pero se ha observado que es muy común encontrar después del verbo oraciones con función de objeto en lenguas como el hindi, el alemán y el wappo, que suelen anteponer el objeto al verbo. Esta posposición se puede deber a diversas razones, siendo la más probable la preferencia de los constituyentes complejos por ir al final de una expresión, fenómeno sintáctico que se conoce como extraposición. Este fenómeno, que viene motivado por factores de producción y procesamiento, externos al sistema lingüístico en sí, marca preferencias de organización oracional, tal y como se aprecia en los siguientes ejemplos:

(4) Está claro que López es el hombre que intentó asaltar la tienda de electrodomésticos.

(5) Que López es el hombre que intentó asaltar la tienda de electrodomésticos está claro.

La oración (4) es mucho más fácil de procesar que la (5). Por eso, la (4) es preferida por los hablantes de español. Sin embargo, esta oración sitúa el sujeto en una posición que no es la que ocupa normalmente en español, donde suele ir antepuesto al verbo salvo por razones comunicativas específicas. Así, se prefiere decir Juan corre mucho a Corre mucho Juan, excepto si lo que se enfatiza es la acción verbal, lo cual conlleva efectos de significado adicionales a lo denotado (por ejemplo, que el hablante piensa que Juan debería no correr tanto). En el caso de (4), no existe ningún efecto comunicativo especial; sí que existe en (5), la oración no preferida o marcada, donde el sujeto oracional recibe mayor atención por el mero hecho de ocupar una posición no habitual para un constituyente complejo.

Observaciones como las hechas en las líneas anteriores permiten al lingüista formular leyes de carácter universal que nos ayudan a explicar no solo aspectos concretos de lenguas específicas sino también principios generales que atañen al lenguaje como fenómeno. Así, en el estudio del lenguaje en general, la existencia de la posposición de constituyentes complejos revela, entre otras cuestiones, que la ordenación sintáctica estándar puede estar sujeta a variaciones debido a tensiones con factores externos. En el análisis de lenguas específicas, comprender su funcionamiento puede ayudar a evitar errores tipológicos con consecuencias de cara a determinar si un fenómeno es universal o no, como es el caso de la recursividad.

Las características tipológicas de las lenguas no son el único factor que explica sus mecanismos expresivos. Existen, por supuesto, factores comunicativos. Por ejemplo, hoy en día se sabe que todas las lenguas del mundo codifican, mediante recursos gramaticales, tres actos de habla o funciones comunicativas básicas, a saber, aseverar, preguntar y ordenar. No todas, pero sí la mayor parte, codifican el acto de exclamar (Sadock y Zwicky 1985). No es muy difícil entender por qué. Primero, las funciones de aseverar y preguntar tienen su origen en el hecho de que el lenguaje es un instrumento para la gestión de la información. Esto dota al ser humano de una gran capacidad de transmisión de conocimiento, lo cual potencia sus posibilidades de supervivencia a través de generaciones. Segundo, la función de ordenar se relaciona con el hecho de que el lenguaje es un instrumento de control de los demás. Esta función del lenguaje forma parte de su dimensión interactiva. Hemos de tener presente que las sociedades humanas son jerárquicas y normativas, lo que incide en su capacidad organizativa y de supervivencia. Tercero, la función exclamativa pertenece a la dimensión expresiva del lenguaje, necesaria para revelar la actitud del individuo respecto a determinadas situaciones y eventos. No es necesariamente una función vital para la supervivencia, pero es importante para determinar posturas ante circunstancias de la vida diaria. Existen otras funciones comunicativas además de las especificadas aquí, pero todas se agrupan en torno a los tres ejes ya descritos: (i) el de la gestión de la información (por ej. declarar, informar, comentar); (ii) el de control propio (prometer, ofrecer) o de otras personas (pedir, suplicar, amenazar); y (iii) el expresivo (felicitar, alabar, lamentar).

Hay otros factores comunicativos de importancia que modelan aspectos de las gramáticas de las lenguas, como son la clase social y el género o la dinámica de grupos sociales y culturales. Estos han sido atendidos en mucha profundidad por modelos pragmáticos, sociolingüísticos e incluso antropológicos del lenguaje y su influencia es ampliamente reconocida. De hecho, el funcionalismo los incorpora explícitamente en sus formulaciones. En este sentido, dos ejemplos muy conocidos son la Gramática Funcional de Michael Halliday (Halliday 1978, Halliday y Matthiessen 2004) y la Gramática Funcional de Simon C. Dik (1997ab).

La idea de que los factores comunicativos condicionan la gramática se remonta a los años 70. Michael Halliday, por ejemplo, propugnaba que cada lengua se organiza paradigmáticamente como un conjunto de sistemas de opciones, a disposición de los hablantes, que dotan a estos de un potencial para significar (Halliday 1978). A modo ilustrativo, en español se puede escoger, dentro del sistema de la transitividad, un patrón puramente transitivo o uno que simula la transitividad y que se acerca más al ergativo de otras lenguas. Esto se hace mediante el uso de construcciones reflexivas, como es el caso de la oración (6) frente a la (7):

(6) La puerta se abrió de golpe.

(7) El viento abrió la puerta de golpe.

La oración (7) utiliza el verbo abrir de forma transitiva, mientras que la (6) lo usa de forma reflexiva, pero con una reflexividad falsa: las puertas no se abren a sí mismas. La oración (6) se diferencia en eso de una reflexiva auténtica como la de (8), donde el sujeto efectúa una acción que recae sobre sí mismo:

(8) Juan se peina.

El efecto de significado de la oración (6), que usa el patrón reflexivo falso, es el de dirigir la atención del oyente hacia el evento en sí más que a su causa, dando la impresión de que sucedió por sí mismo, sin intervención externa. Este es el efecto comunicativo del uso “ergativo” del reflexivo falso, que los gramáticos tradicionales denominan “se de voz media (cf. Lázaro-Carreter 1981: 412). Sin embargo, dicho uso no es solo consecuencia de una necesidad comunicativa, sino también de nuestra capacidad para reinterpretar la composición de los eventos que, como veremos más adelante, se logra sobre la base de operaciones cognitivas como la metáfora o la metonimia gramatical. En el caso de este ejemplo, el uso del reflexivo falso no hace sino captar una simulación mental, la de fingir que no hay una causa definida para el evento en cuestión.

Esta última observación nos lleva a un interesante punto de encuentro entre la comunicación y la cognición en su relación con el léxico y la gramática. Así, podemos definir el potencial de significado de una forma lingüística como la capacidad que esta tiene para producir un resultado interpretativo. Dicha capacidad está constreñida por factores de diversa índole. Algunos son formales, pues toda forma adquiere parte de su potencial para significar en virtud de su relación con otras formas con las que coopera. Otros son contextuales, es decir, relativos a la situación en la que se utiliza la estructura formal. Finalmente, otros son cognitivos, procedentes de nuestra capacidad para relacionar lo dicho con representaciones mentales del mundo. Estas representaciones son susceptibles de adoptar diversas formas interpretativas de carácter subjetivo, a las que nos referiremos seguidamente.

3. Gramática y cognición:
la perspectiva interpretativa

En este apartado trataremos la aplicación de la perspectiva interpretativa al estudio de diversos fenómenos lingüísticos. Esta perspectiva fue estudiada por primera vez por el lingüista cognitivo Leonard Talmy (2000). Nos centraremos en los siguientes temas: la iconicidad, la percepción gestáltica, la dinámica de fuerzas y la distinción entre movimiento factual, ficticio y metafórico. Añadiremos otros, relacionados con los estudiados por Talmy, que forman parte de la Gramática Cognitiva de Ronald Langacker (1987, 1999, 2008). No son los únicos fenómenos perceptuales cuyo impacto lingüístico se ha estudiado, pero sí que se encuentran entre los más conocidos en Lingüística Cognitiva.

3.1. Iconicidad y expresión lingüística

Comenzaremos por el principio de iconicidad en el lenguaje (Givón 1985, Haiman 2008). La iconicidad consiste en la capacidad que tiene el lenguaje de emular la realidad. Un caso trivial de iconicidad es el de las onomatopeyas, como usar tic-tac para referirnos al sonido de un reloj o pum para un golpe. Otro caso, también relativamente evidente, es el de la secuencialidad, consistente en la utilización de la misma secuencia de eventos en la expresión lingüística que en la realidad, como en la famosa frase Vini, vidi, vici, atribuida al emperador romano Julio César en su carta al senado romano del año 47 d.C. Podemos, sin embargo, utilizar formas que se denominan “marcadas” para expresar secuencias en las que la forma no va en paralelo con la realidad. De los siguientes ejemplos, el (9) es icónico, debido a que respeta la estructura conceptual de causa-efecto tal como la percibimos (la causa precede al efecto), mientras que el (10), la oración marcada, no lo es:

(9) Comió demasiado y tuvo una terrible indigestión.

(10) Tuvo una terrible indigestión por comer demasiado.

Las relaciones de proximidad o de distancia entre elementos también están regidas por el principio de iconicidad. En general, si dos elementos aparecen juntos en la realidad, existe una tendencia a situarlos juntos en la expresión lingüística:

(11) Al final llegó el momento en que se tuvieron que despedir.

(12) Llegó el momento al final en que se tuvieron que despedir.

Por iconicidad la oración (11) es preferible a la (12). En esta segunda, la locución adverbial al final crea discontinuidad entre el sintagma nominal el momento y la oración subordinada que define el tipo de momento. La oración (12) utiliza una posición marcada de esta locución con una leve diferencia de significado respecto a la (11): en la (12) se hace hincapié en la idea de que se había intentado posponer el momento de la despedida. La iconicidad basada en la distancia o proximidad de constituyentes oracionales es algo menos evidente que la onomatopéyica y la secuencial.

Un tercer factor de iconicidad, aún menos evidente, es el cuantitativo, que se origina en la propia carga de significado de las formas lingüísticas según su nivel de complejidad. En general, una forma compleja aporta más significado, sea denotativo o connotativo, que una simple. Si se utiliza una forma compleja para un contenido simple, se puede crear extrañeza:

(13) Se ruega no fumar.

(14) Este establecimiento ruega a sus clientes que se abstengan de fumar en el mismo.

La oración (13) es normalmente preferible a la (14) por iconicidad cuantitativa. La (14) es, por tanto, una forma marcada con efectos de significado especiales, claramente relativos a su nivel de formalidad, en parte lograda a través de una formulación menos directa (Leech 1983: 123).

3.2. La percepción gestáltica

La psicología de la Gestalt, también conocida como psicología de la forma o de la configuración, surgió en Alemania a principios del s. XX. En ella se distinguen diversos principios de la percepción (semejanza, proximidad, simetría, continuidad, etc.), entre los que destaca, en lo que respecta al lenguaje, el de la relación entre figura y fondo. En la percepción la figura es la parte que nuestro cerebro interpreta como la que más destaca y el fondo la que contextualiza el sentido que damos a la figura. Para Talmy, estos principios se aplican en algunos usos lingüísticos. Por ejemplo, para describir la relación espacial entre una persona y una puerta, diremos que la persona está junto a la puerta, pero no al revés, que la puerta está junto a la persona. La persona funciona como figura y la puerta como fondo. De manera similar, decimos que un vaso está encima de una mesa, pero no que una mesa está debajo de un vaso. Este principio también se aplica en la configuración de oraciones complejas. En ellas, la oración principal tiene la función de figura y la subordinada la de fondo:

(15) Los empleados que trabajen duro recibirán un aumento de sueldo.

(16) Lo harás cuando yo te diga.

En (15) el trabajo duro de los empleados es el fondo sobre el que destaca el aumento de sueldo que percibirán. En (16) la obligación futura impuesta por el hablante al oyente es la figura mientras que el momento en que esa obligación se hará efectiva es el fondo.

En el desarrollo que Langacker (1987, 1999) ha efectuado de la relación entre figura y fondo, se diferencia entre perfil y base de las conceptualizaciones y entre trayector y punto de referencia, o simplemente referencia, de las representaciones gramaticales, siendo ambas distinciones paralelas a la de figura y fondo en teoría de la percepción. Es muy interesante, además, pensar no en un único fondo o base para cada conceptualización, sino en una matriz de dominios conceptuales, cada una de las cuales aporta una perspectiva interpretativa distinta. Por ejemplo, no es lo mismo pensar en un avión en la pista de despegue, que en pleno vuelo o en un hangar. Cada dominio base constriñe el modo en que activaremos nuestro conocimiento sobre los aviones. En el hangar podemos pensar en los técnicos de mantenimiento y su equipamiento, los puentes grúa, las plataformas telescópicas, etc. Respecto a un avión en vuelo, no es la misma la perspectiva del controlador de tráfico aéreo que la de los pilotos, los asistentes de vuelo, los pasajeros o la de un niño que mira al cielo y ve la silueta del avión entre las nubes. Pero un avión, como todo objeto, además de respecto a este tipo de dominios que actúan como fondo, también se perfila respecto a dominios más básicos como son la forma, el tamaño y la masa. El conjunto de dominios conforma la matriz de dominios base.

En su aplicación a la gramática, la relación perfil/base se convierte en la relación entre trayector/(punto de) referencia. En una oración simple, el trayector es el sujeto y el punto de referencia es el objeto directo o cualquier otro complemento. Se ha de tener en cuenta que el concepto de trayector se aplica tanto si el evento es estático como si es dinámico:

(17) El gato [trayector] cazó al ratón [punto de referencia].

(18) El libro [trayector] está sobre la mesa [punto de referencia].

Cada relación entre trayector y punto de referencia en una oración se asienta a la vez en el tiempo y en la realidad a través de los sistemas de tiempo y modalidad, que son de pasado y grado de certeza total en (19):

(19) Seguro que el gato cazó al ratón.

Podemos también pensar en la función de (19) como acto de habla. Supongamos un contexto en el que el oyente siente asco por los ratones y cree que el gato no cazó a un ratón que le resultaba muy molesto. Este contexto se añade a la matriz de dominios base y permite considerar la oración (19) como un intento por parte del hablante de tranquilizar al oyente.

3.3. La dinámica de fuerzas

Según Talmy (2000), las expresiones lingüísticas pueden tener como fondo (o base, en terminología de Langacker) una versión no científica de la dinámica de fuerzas basada en la observación común. Existen dos fuerzas que se oponen entre sí, el agonista y el antagonista, siendo normalmente una mayor que la otra. Esto da lugar a cuatro patrones de interacción, que presentan su reflejo en la gramática:

(20) a. Patrón de dinámica de fuerzas en estado estable con tendencia
al movimiento:
La bola siguió rodando.

b. Patrón de dinámica de fuerzas en estado estable con tendencia
al reposo:
La valla siguió en pie a pesar de la violencia del viento.

c. Patrón de cambio de estado con tendencia al movimiento:
El agua fue apagando el fuego.

d. Patrón de cambio de estado con tendencia al reposo:
La pelota hizo que cayera la lámpara.

El significado de las perífrasis verbales como seguir + gerundio o seguir + adj. / adv. no se puede explicar sin hacer referencia a nuestra concepción de la dinámica de fuerzas por la cual algunos objetos preservan su estado dinámico o de reposo a pesar de factores que se opongan, como es el caso del rozamiento en (20a) o la fuerza del viento en (20b). A su vez, la gradualidad de la acción de (20c) se expresa mediante la perífrasis ir + gerundio y el cambio de estado causado de (20d) mediante hacer que + oración subordinada.

3.4. Los tipos de movimiento

Según Talmy (2000), existen tres grandes tipos de expresiones de movimiento: factual o real, ejemplificado en (21a); ficticio, que es el concebido como si hubiera movimiento real, del que es ejemplo (21b); metafórico, en el que se trata una entidad física como si fuera un objeto en movimiento, como en (21c):

(21) a. El niño fue corriendo desde el árbol hasta la valla.

b. La carretera te lleva desde el puerto hasta la frontera.

c. El tiempo vuela.

La expresión de movimiento ficticio está fundamentada en nuestra realidad perceptiva. En (21b) la carretera no se mueve, pero nuestros mecanismos de percepción están diseñados de tal forma que, para comprender la extensión de la carretera, nos vemos obligados a recorrerla visualmente o, al menos, a simular mentalmente tal recorrido. Esta forma de expresarse es muy corriente:

(22) La carretera discurre por la costa.

(23) Hay una barrera de árboles que va de este a oeste al sur del desierto
del Sahara.

(24) El camino se adentra en la espesura.

(26) El sendero rodea el cerro.

(27) Mi calle bordea el parque.

(28) El tejado de esa casa baja hasta casi tocar el suelo.

En la sección 4.2 volveremos brevemente a tratar este fenómeno en su combinación con un mecanismo de modelación cognitiva, a saber, la metáfora. Por el momento baste con señalar su existencia y normalidad en el uso del lenguaje, junto con su fundamento en cuestiones perceptuales.

4. Gramática y cognición: mecanismos de inferencia

Para hablar de inferencia de base lingüística, es necesario comprender la noción de modelación cognitiva. Por este término entendemos, siguiendo a Lakoff (1987), la creación de representaciones conceptuales a partir de estímulos significativos de cualquier índole, incluyendo los del lenguaje verbal. Se ha averiguado que principios muy parecidos subyacen al uso comunicativo de las imágenes (Pérez Sobrino 2017), al lenguaje de gestos (Cooperrider y Goldin-Meadow 2017) y a las lenguas de signos (Wilcox 2007, Wilcox y Occhino 2017). La modelación cognitiva da lugar a la creación de modelos cognitivos idealizados, a los que nos referimos seguidamente.

4.1. Modelos cognitivos idealizados

Un modelo cognitivo idealizado es una representación conceptual de objetos, situaciones y eventos, tanto reales como imaginarios, susceptible de ser comunicada o de ser utilizada en la comunicación para lograr determinados efectos de significado. Los modelos cognitivos se denominan idealizados porque recogen elementos comunes a multitud de experiencias. Así, el modelo cognitivo de avión se construye individualmente a partir de experiencias específicas de cada persona con aviones en distintos entornos. El modelo es hasta cierto punto individual, además de dinámico y adaptable a nuevas circunstancias y al aumento o pérdida de conocimiento que se puede producir a lo largo de la vida. No obstante, existe una cierta estabilidad en cada modelo cognitivo, que viene a ser la recogida por los lexicógrafos en sus definiciones de los vocablos que lo activan. Hay cuatro grandes clases de modelos cognitivos:

a. Marcos. Son representaciones de objetos o entidades, junto con sus propiedades, y las relaciones que se dan entre ellos dentro de un contexto. Por ejemplo, en el mundo de la aviación, dentro del perfil del avión en vuelo con pasajeros, estos, los asistentes de vuelo, los pilotos, los asientos, los protocolos de emergencia, las comidas y bebidas que se sirven, etc., constituyen componentes del marco. El concepto de marco fue propuesto por Charles Fillmore (1982, 1985) y ha sido desarrollado a lo largo de años por muchos investigadores (véase Fillmore et al. 2003).

b. Esquemas de imágenes. Propuestos por Mark Johnson (1987), son esquematizaciones de nuestra experiencia espacial y motora: orientaciones espaciales, como arriba/abajo, delante/detrás, izquierda/derecha; regiones del espacio y localizaciones, como dentro/fuera, encima/debajo, lejos/cerca; movimiento, por ejemplo, hacia adelante o atrás, o la transferencia de un objeto de un lugar a otro o de un donante a un receptor; o estructuras de parte-todo. Es frecuente su uso metafórico para referirse a conceptos abstractos como las emociones (Está fuera de sí), las acciones (Le dio una bofetada), las situaciones (Estamos en apuros) o el progreso (Vamos avanzando en nuestra tarea) (cf. Hampe 2005, Peña 2003, 2008).

c. Metáfora. Lakoff (1993) la define como un conjunto de correspondencias (un mapeo) entre dos dominios conceptuales, de los que uno, el dominio fuente, se utiliza para razonar sobre otro, el meta. Por ejemplo, se puede conceptualizar el amor como si fuera un viaje. Los amantes son los viajeros, la relación amorosa es el vehículo, las dificultades en la relación son los impedimentos al viaje y los objetivos en común de los amantes son el destino de los viajeros. Expresiones como Nuestra relación va por buen camino, Hemos pasado por muchos baches, Si seguimos así, no llegaremos a ningún sitio, etc., ejemplifican este sistema de pensamiento. La metáfora es una importante fuente de inferencias. Por ejemplo, podemos razonar así: Nuestra relación va por mal camino. Quizá debiéramos volver sobre nuestros pasos y empezar desde cero para decidir juntos adónde queremos llegar.

d. Metonimia. No existe una definición unificada sobre qué es la metonimia (véanse, por ejemplo, los distintos enfoques recogidos en Benczes et al. 2011). Tradicionalmente, se ha definido como la sustitución de un término por otro con el que está relacionado por contigüidad conceptual. Según esta definición, decir mano en vez de ayuda en Necesito una mano sería una metonimia. En el análisis cognitivista, la expresión lingüística (una mano) aporta el dominio fuente, mientras que el significado inferido (ayuda) constituye el dominio meta. Pero la metonimia, según los lingüistas cognitivos, es un fenómeno mucho más amplio (Barcelona 2002, 2005). La oración Seré breve se puede usar para sustituir a Hablaré con brevedad. En este caso, no se trata de cambiar un término por otro, sino una predicación por otra con la que está relacionada. Literalmente, una persona no puede ser breve; es decir, la brevedad no caracteriza a la persona sino a su manera de expresarse, por lo que Seré breve atribuye al hablante el resultado de la acción de expresarse con brevedad. Mientras que la atribución resultativa, que es lo que aporta la expresión lingüística, constituye el dominio fuente de la metonimia, el dominio meta, que es inferido, contiene la acción junto con el modo de la acción. En definitiva, podemos definir la metonimia como la sustitución de un dominio conceptual, o de parte del mismo, por otro con el que se relaciona por contigüidad conceptual.

La metáfora y la metonimia son operativas sobre la base de marcos y esquemas de imágenes (Ruiz de Mendoza 2017a). Esto dota a los dos primeros fenómenos de una cualidad singular que no poseen los otros dos. Son estos segundos los que nos permiten efectuar inferencias basadas en nuestra experiencia, las cuales se diferencian de otros tipos de inferencia basados en necesidades lógicas. Este modo de razonamiento experiencial es muy cercano a lo que algunos eruditos han denominado pensamiento abductivo, siguiendo al semiotista Charles S. Peirce. Este modo de pensamiento se diferencia claramente del inductivo y del deductivo (Panther 2018: 147). Supongamos que alguien dice:

(29) Tengo un jilguero.

Sabiendo que los jilgueros son pájaros, se puede razonar que, si el hablante tiene un jilguero, entonces necesariamente tiene un pájaro. Este tipo de inferencia es lógica e irrefutable; es decir, no se puede cancelar en ningún contexto. Por esta razón, la oración (30) no es una oración posible, ya que contiene un contrasentido lógico:

(30) #Tengo un jilguero, pero, de hecho/ pensándolo mejor, no tengo un pájaro.

Únicamente se puede resolver dicho contrasentido si por jilguero o pájaro se entienden otras entidades que no son las convencionalmente denotadas por estos términos. Imaginemos que el hablante tiene un muñeco de trapo con forma de jilguero; en tal caso, puesto que se cambia la denotación de este término, no se mantiene la relación que sostiene la implicación lógica. En este supuesto, la oración (30) sería un caso de paradoja, resoluble mediante un cambio de marco para el término pájaro. A diferencia de lo que sucede con las implicaciones lógicas, las inferencias obtenidas a partir de la metáfora y la metonimia son inherentemente cancelables sin recurrir a cambios de marco:

(31) Necesito que me echen una mano, aunque, pensándolo mejor, no quiero ayuda (sino algo más, como desarrollar paciencia).

(32) Nuestra relación va por buen camino, aunque, pensándolo mejor, no funciona a mi gusto (pues creo que hay caminos mejores).

Aunque las oraciones (31) y (32) resultan chocantes al principio, no es así una vez se desarrolla todo el contexto que posibilita el pensamiento abductivo. La parte concesiva denota una ocurrencia tardía y, a diferencia de lo que sucede en (30), no requieren un cambio de marco, puesto que no se produce una paradoja. Panther (2005) y Panther y Thornburg (2018) han señalado la cancelabilidad de las inferencias metonímicas, que se equiparan a otras también de tipo abductivo, como la implicatura conversacional de Grice (1975). Se debe incorporar también, como demuestra el ejemplo (32), la inferencia de base metafórica. Vamos a entrar con más detalle en estos modos de pensamiento resaltando, en consonancia con el propósito de este trabajo, su papel en la organización gramatical de las lenguas. Este papel es complementario del aducido anteriormente para los mecanismos de perspectivización.

4.2. Metonimia e inferencia

Antes hemos podido comprobar, de forma preliminar, que la metonimia no es necesariamente un fenómeno únicamente léxico. Algunos lingüistas han defendido que subyace a varios modos de inferencia, como es el caso de las implicaturas conversacionales (Ruiz de Mendoza y Galera 2014: 152, Ruiz de Mendoza 2014) y los actos de habla o significado ilocutivo (Panther 2005, Ruiz de Mendoza y Baicchi 2007, Ruiz de Mendoza y Galera 2014, Ruiz de Mendoza 2014). Imaginemos el siguiente diálogo breve:

(33) Juan: ¿Se te ha pasado ya el dolor de cabeza?

Pedro: No he encontrado las aspirinas por ningún sitio.

La interpretación por defecto de la respuesta de Pedro en (33) es que este no ha logrado vencer todavía su dolor de cabeza porque no ha conseguido encontrar las aspirinas para tomarse alguna. Esta interpretación está basada en la reconstrucción mental de un escenario cotidiano: cuando una persona tiene un dolor de cabeza común, puede aliviarlo tomando un analgésico tal como la aspirina; para poder tomarlo, por supuesto, tiene que poder conseguirlo, pero es muy normal encontrar uno en los botiquines domésticos. La respuesta de Pedro solo activa explícitamente una parte de este escenario; el resto queda implícito, pero es fácilmente accesible partiendo de la parte explícita, que forma parte de nuestra experiencia cotidiana. En los estudios sobre pragmática inferencial —que explora la relación entre la forma lingüística y el usuario— se asume que el significado de lo que dice Pedro es una implicatura o significado implícito obtenido a través de la aplicación de principios conversacionales (Grice 1975), tales como el hecho de que es aceptable aportar menos información de la que se quiere significar si esta última es derivable del contexto o del conocimiento compartido por los participantes en el acto comunicativo. Sin embargo, este principio pragmático de inferencia carecería de sentido sin una explicación de cómo se accede a la información no dada explícitamente. La única respuesta posible es postular la existencia de un esquema inferencial metonímico por el que parte de un escenario puede activar el escenario completo. Este mismo apoyo metonímico se produce también en los actos de habla que, como postularan Panther y Thornburg (1998), se aplican a escenarios ilocutivos, es decir, aquellos que captan información relativa a las convenciones sociales que subyacen a la expresión de intenciones comunicativas (Pérez y Ruiz de Mendoza 2002, Pérez 2013). Pongamos por caso la siguiente conversación:

(34) Juan: Tengo sed.

Pedro: Ten, toma un poco de agua.

En la teoría tradicional de los actos de habla o del significado ilocutivo (Searle 1969, 1979), se diría que Juan está pidiendo indirectamente agua (u otra bebida que le quite la sed) y que Pedro está ofreciendo agua para que Juan pueda calmar su sed. Tanto pedir algo como ofrecerlo son actos de habla. El primero es directivo, pues está encaminado a lograr que el oyente realice la acción que desea el hablante. En cierta medida, el hablante impone al oyente una obligación, aunque el grado de imposición pueda ser débil. El segundo acto de habla es compromisivo. En él el hablante asume la obligación de realizar una acción. Pues bien, ambos actos son indirectos en cierta medida si se comparan con esta otra versión de la misma conversación:

(35) Juan: Dame algo de beber que me quite la sed, por favor.

Pedro: Oh, sí claro. Por favor, permíteme ofrecerte un vaso de agua.

En (35) Juan y Pedro clarifican sus respectivas intenciones comunicativas de pedir y ofrecer. No es necesario, por tanto, efectuar ninguna labor inferencial. Por el contrario, en (34), descubrir la misma intención comunicativa requiere la activación metonímica de escenarios mentales que recogen los aspectos esenciales de ciertas convenciones sociales subyacentes. Así, para la intervención de Juan, el declarar la existencia de un problema activa la convención social por la cual debemos ayudar a las personas que tengan necesidad de ello si tenemos la capacidad de hacerlo. Para la de Pedro se aplica la misma convención social, pero desde la perspectiva del que ha recibido la petición y desea aceptarla. De tal forma, el uso del imperativo no se convierte en una orden, ya que las órdenes entrañan un beneficio para el hablante y una obligación para el oyente y, en este caso, el beneficio es para el oyente y la obligación, autoimpuesta, es para el hablante. Evidentemente, el ejemplo (34) nos proporciona un caso paralelo al del ejemplo (33) en el terreno de la implicatura, con la única salvedad de que la base para la activación metonímica que encontramos en (34) es una convención social, mientras que en el caso de (33) se trata de un escenario descriptivo (Ruiz de Mendoza y Galera 2018).

La ubicuidad de la metonimia está bien establecida dentro de la Lingüística Cognitiva (Radden 2005, Barcelona 2011). Su carácter es, además, universal. Esto no nos debe sorprender porque la metonimia tiene carta de naturaleza como tal debido a su base perceptual. No podría existir si no fuera por nuestra tendencia a la percepción gestáltica. Cuando producimos una metonimia, se dan dos situaciones básicas. Una la distinguió Croft (1993) en uno de los primeros análisis rigurosos de la Lingüística Cognitiva sobre este fenómeno. Se trata del hecho de que hay metonimias que se basan en realzar y dar prominencia primaria a un dominio conceptual de carácter secundario:

(36) Ha roto la ventana de un pelotazo.

En (36), se usa ventana para referirse al cristal de la ventana. El concepto ‘ventana’ tiene como característica primaria el ser una abertura en un muro o pared a cierta altura del suelo. Con frecuencia, sin embargo, el hueco de la ventana está cubierto con un cristal, que, al igual que el marco y el mecanismo de apertura y cierre, es un elemento secundario. Pero este dominio es el que se realza, alcanzando carácter primario en su uso en (36). La operación de realce cumple con la función de crear lo que Langacker (2009) ha denominado zona activa del perfil o designación de un concepto. Otras metonimias, en cambio, parten de un dominio realzado por defecto para llegar a todo el dominio base sobre el que se perfilan. Este sería el caso de:

(37) La vesícula de la 236 necesita una nueva vía.

En el contexto de un hospital, en la oración (37) se menciona el órgano afectado por una dolencia para referirse al paciente que la padece. El órgano en cuestión está realzado por vía de la mención explícita. Como se puede apreciar, en ambas situaciones metonímicas, existe un fenómeno de saliencia, de tipo gestáltico, que subyace a las condiciones de creación de la metonimia. Es decir, la metonimia debe su carácter universal a su base gestáltica. Siendo esto así, no nos debe extrañar su reconocida ubicuidad, que, como vamos a documentar seguidamente, alcanza a la gramática, convirtiendo a la metonimia en un factor constrictor de la organización de cuantos aspectos de aquella tienen que ver con la perspectiva resultante de las relaciones de saliencia entre dominios y subdominios conceptuales. Dedicaremos la siguiente sección a esta cuestión.

4.3. Metonimia y gramática

Tomemos los siguientes ejemplos:

(38) Estate callado.

(39) Este paraguas no cierra.

(40) Hay mucha América en esos anuncios.

(41) Empezó el primer plato antes de tiempo.

(42) ¿Qué ese ese ruido?

(43) Debo hablar contigo.

(44) Se puede ver la aguja de la catedral desde la balconada.

En (38) se utiliza una predicación no dinámica (o estática) en el marco de un imperativo, que, por definición, requiere una predicación dinámica o basada en la acción. Este fenómeno ha sido analizado con detalle por Panther y Thornburg (2000), quienes proponen que, en este tipo de ejemplos, se activa la metonimia RESULTADO POR ACCIÓN. La oración (38), en efecto, expresa un resultado, pero, de forma subyacente, existe una acción, a saber, la de hacer lo necesario para permanecer callado. Sin la activación de esta metonimia, no sería factible construir una oración en imperativo con un predicado verbal no dinámico. Esto significa que la metonimia actúa como factor “licenciador” de este tipo de composición gramatical.

En (39) tenemos una composición muy curiosa también, pues conlleva una incongruencia: se presenta la dificultad que ofrece el paraguas a ser cerrado por alguien como si fuera un proceso natural que podría ser evaluable adverbialmente (cf. Este paraguas cierra mal/con dificultad). Es obvio que esta solución construccional tiene como fin el centrar la atención en la imposibilidad de cerrar el paraguas más que en el hecho de que alguien intente hacerlo. Se podría denotar la misma situación mediante otro tipo de construcción; por ejemplo, cabría decir:

(45) No hay forma de cerrar este paraguas.

(46) No se puede cerrar este paraguas.

En estos otros ejemplos, se utiliza una fórmula construccional “canónica”, es decir, en la que la expresión no introduce ninguna incongruencia, para centrar la atención en la imposibilidad de cerrar el paraguas. En el caso de (45), el agente de la acción está elidido, pero es posible recuperarlo sintácticamente:

(45’) No hay forma de [que alguien pueda] cerrar este paraguas.

En el caso de (46), se emplea directamente una construcción impersonal, sin sujeto sintáctico, diseñada para no expresar el agente. ¿Qué, pues, diferencia estas soluciones sintácticas de la utilizada en (39)? Sencillamente, que la (39) es una construcción en la que se “finge” que el paraguas actúa solo, pero esta situación ficticia representa a la real en la que alguien actúa sobre el paraguas intentando cerrarlo. Esto constituye una operación metonímica: PROCESO POR ACCIÓN. Comprender cómo funciona esta ficción no es muy difícil si se tiene en cuenta que la diferencia entre una acción y un proceso estriba solo en la ausencia de un instigador externo en el caso del segundo. Por lo demás, un proceso es dinámico y lleva a un resultado, igual que una acción. Esto hace posible la relación metonímica entre ambos conceptos.

Consideremos ahora el ejemplo (40). En este caso, por América se entienden los valores, estilo y modo de vida típicos de América. Así, estamos ante la metonimia UNA ENTIDAD ÚNICA POR SUS PROPIEDADES SINGULARES, que no es sino una variante de OBJETO POR PROPIEDAD (ej. naranja por su color). Sin la actividad de esta metonimia no sería posible utilizar el adjetivo indefinido singular mucha, que se aplica a sustantivos incontables (mucha agua) con un nombre propio contable. Un proceso metonímico similar permite la utilización del mismo adjetivo indefinido singular con sustantivos contables en singular como si fueran incontables. Ejemplos de este fenómeno son:

(47) Esta señora es mucha mujer para ti.

En (47) el adjetivo mucha se puede aplicar al sustantivo contable mujer si este se categoriza como incontable, lo cual solo es posible por la actividad de la metonimia ya citada.

Pasemos al ejemplo (41). En enfoques lingüísticos no cognitivistas, ejemplos como este han creado problemas pues no es fácil explicar la incongruencia de complementar con un objeto directo un verbo cuya función no es la de designar una acción sino la de marcar el aspecto de una acción que no se expresa (Jackendoff 1997). Los verbos de aspecto subcategorizan predicados que denotan acciones susceptibles de verse en su inicio, desarrollo o fin (aspectos ingresivo, progresivo y egresivo, respectivamente): comenzó a correr, continuó corriendo, terminó de correr. En sentido estricto, el verbo empezar de la oración (41) debería ir seguido de verbos como comer, preparar, cocinar, etc.:

(41’) Empezó a comer/preparar/cocinar el primer plato antes de tiempo.

La razón por la que se puede situar el sintagma el primer plato como objeto de empezar es porque un objeto implicado en una acción puede usarse para denotar dicha acción. Es decir, (41) es una oración posible gracias a la actividad subyacente de la metonimia OBJETO POR ACCIÓN (Ruiz de Mendoza y Pérez 2001). Sin esta metonimia se incurriría en la incongruencia de aplicar un verbo aspectual directamente a su objeto sintáctico en vez de a la acción que se realiza sobre dicho objeto.

En (42) tenemos un caso analizado por Panther y Thornburg (2000) en el que también hay una incongruencia, que debe ser resuelta metonímicamente. Una pregunta en la que el adjetivo interrogativo qué se aplica a un sintagma nominal tiene función identificativa, como lo ejemplifica la congruencia de la respuesta de Pedro a María en (48):

(48) María: ¿Qué ruido es ese?

Pedro: Es un chirrido.

Otros usos son incongruentes con la naturaleza del adjetivo interrogativo. Imaginemos que María y Pedro están durmiendo en casa y de repente se despiertan sobresaltados por un ruido extraño:

(49) María: ¿Qué ruido es ese?

Pedro: No te muevas. Puede ser un ladrón.

La respuesta de Pedro no atiende a la literalidad de lo preguntado por María sino al significado inferido. Realmente, ¿Qué ruido es ese? equivale a preguntar ¿Qué causa ese ruido? Este significado inferido solo es posible si Pedro entiende la pregunta de María dentro de un esquema causal propiciado por el contexto del sobresalto en el que preguntar por la identidad del efecto (el ruido), que es saliente desde un punto de vista perceptual, representa metonímicamente una pregunta en cuanto a la identidad de la causa.

En (43) nos encontramos con un ejemplo de uso metonímico en el ámbito de lo que se conoce como modalidad deóntica, es decir, el uso subjetivo del lenguaje en el que el hablante expresa cómo debería ser el mundo (Palmer 2001). Más concretamente en (43) se hace uso de la metonimia OBLIGACIÓN POR DESEO, siendo el dominio fuente y el meta de la misma dos áreas relacionadas dentro de dicho tipo de modalidad. La lógica de esta sustitución metonímica reside en una cuestión de valores sociales. No está bien visto que actuemos por capricho, pero sí que lo hagamos por cumplimiento del deber. Así, decir “debo hacer esto” está mejor visto que “quiero hacer esto”. Eso justifica que digamos Debo hablar contigo en sustitución de Quiero hablar contigo (Ruiz de Mendoza y Pérez 2001).

Finalmente, la oración (44) ejemplifica la metonimia POTENCIALIDAD POR REALIDAD, estudiada por Panther y Thornburg (1999). La lógica de esta metonimia reside en el hecho de que la capacidad de realizar una acción es una condición previa a su realización. Así, nuestra lógica cotidiana nos lleva a pensar que la gente tiende a hacer aquello que está capacitada para hacer. Por tal razón, una aseveración sobre lo que uno puede hacer se puede considerar equivalente a una declaración en cuanto a lo que hace o piensa hacer. Esto último explica por qué esta metonimia se utiliza con frecuencia en la producción de actos compromisivos con verbos como prometer y garantizar:

(50) Le puedo prometer que tendrá lo que nos pide.

(51) Le podemos garantizar su completa seguridad.

Se pueden dar más ejemplos de la implicación de la metonimia en la gramática. Cabe consultar también, aparte de los trabajos citados más arriba, los estudios de Ruiz de Mendoza y Otal (2002), Ruiz de Mendoza y Mairal (2007), Ruiz de Mendoza y Peña (2008), Bierwiaczonek (2013) y Brdar (2017). Seguidamente trataremos el razonamiento metafórico y su capacidad de motivar fenómenos gramaticales, al igual que la metonimia.

4.4. Metáfora e inferencia

Recordemos que la metáfora es un conjunto de correspondencias entre dominios conceptuales no relacionados (Lakoff 1993). Existen diversas formas de clasificar la metáfora (Ruiz de Mendoza y Pérez 2011). Se puede realizar una clasificación que atienda a la naturaleza ontológica de los dominios implicados y, de forma complementaria, a su grado de genericidad o concreción. También se puede atender a la complejidad del sistema de correspondencias (Ruiz de Mendoza 1998, 2000) y a su capacidad para combinarse con otras metáforas (Grady 1997, Ruiz de Mendoza y Galera 2014, Ruiz de Mendoza 2017b, Miró 2018). Pero el criterio taxonómico que más nos interesa es el relativo al modo de relación entre el dominio fuente y el meta de la metáfora. Este criterio ha sido tratado con detalle por Grady (1999), quien distingue entre metáforas basadas en la correlación de experiencias y metáforas basadas en la similitud. Estas últimas han sido las que más atención han recibido a lo largo de la historia, hasta tal punto que se ha llegado a definir una metáfora como un símil o comparación en la que la base de la comparación está implícita. Por ejemplo, podemos expresar el símil del ejemplo (52) en forma metafórica, como en (53):

(52) Tus ojos son azules y profundos como el mar.

(53) Tus ojos son el mar.

En cambio, hay otro tipo de metáforas que surgen de la correlación de experiencias que suceden a la vez en nuestras vidas. Un ejemplo muy sencillo es el de la correlación entre cantidad y nivel. Esta correlación se da cuando vertemos líquidos en recipientes y vemos subir el nivel o cuando apilamos objetos y observamos cómo aumenta la altura de la pila a medida que se suman más objetos. Esta correlación hace que nuestra mente tienda a tratar la cantidad en función de la altura, pero no a la inversa, pues en nuestra experiencia la altura o el nivel aparecen como consecuencia de la primera (el número de objetos o la cantidad de líquido). Algunos ejemplos de esta correlación metafórica, denominada MÁS ES ARRIBA, son:

(54) Suben los precios.

(55) Tienen rentas muy altas.

(56) La inflación crece sin parar.

Hay otras metáforas correlacionales muy comunes (cf. Lakoff y Johnson 1999):

(57) Es una persona muy cálida (EL AFECTO ES CALOR, basada en el sentimiento de calor cuando mostramos afecto mediante el contacto físico).

(58) Va de mal en peor (EL CAMBIO ES MOVIMIENTO, basada en la correlación de ciertos lugares con ciertos estados, como la sensación de frescor que se siente en la sombra, el calor de la cama, la seguridad del hogar, etc.).

(59) Son amigos muy cercanos (LA INTIMIDAD ES CERCANÍA, basada en nuestras experiencias de conducta íntima, que conllevan proximidad y contacto físico).

(60) No ve lo que le digo (COMPRENDER ES VER, basada en el hecho de que la visión de un objeto nos aporta información sobre el mismo).

(61) No cogió el chiste (COMPRENDER ES TOCAR, basada en el hecho de que la manipulación de un objeto nos aporta información sobre el mismo).

En Lingüística Cognitiva estas metáforas se ven como casos de metáfora corpórea, pues las experiencias que se correlacionan están enraizadas en la relación entre nuestros mecanismos moto-sensoriales y el entorno (cf. Gibbs 2006, 2014). Estas metáforas son útiles para comprender algunos procesos gramaticales:

(62) Le han dado una bofetada.

(63) A usted la quiero en mi despacho mañana a primera hora.

(64) La verja conduce al patio interior.

(65) Me sacó del aprieto.

La oración (62) trata la acción de abofetear como si fuera la de dar un objeto. La metáfora se denomina UNA ACCIÓN ES UNA TRANSFERENCIA DE POSESIÓN. En ella, el que da la bofetada es el que da el objeto, la persona abofeteada es la receptora del objeto y la bofetada es el objeto en sí. Esta metáfora permite ver una acción transitiva (abofetear) como si fuera ditransitiva (es decir, “dar algo a alguien”), otorgando prominencia al elemento de impacto: quien “tiene” una bofetada queda afectado por ella.

La oración (63) se basa en la construcción subjetivo-manipulativa (Gonzálvez 2009). Esta construcción, como se señala en Ruiz de Mendoza y Agustín (2016), hace uso de una predicación secundaria de corte resultativo con un predicado verbal volitivo, con el propósito de aportar a este un auténtico carácter directivo. Esto es posible porque podemos ver los resultados de una acción obligada como si fueran el resultado de una acción con impacto físico, lo cual constituye una metáfora. En esta metáfora, que se puede denominar UNA ACCIÓN OBLIGADA ES UNA ACCIÓN EFECTUAL, el manipulador del dominio meta se corresponde con el causante externo de un cambio (de estado, situación o localización), la persona manipulada con el objeto del cambio, y el cambio —aceptado por obligación y auto-instigado por la persona manipulada— se ve como el cambio resultante de una acción con causante externo.

En la oración (64) tenemos, en apariencia, un caso de lo que Talmy (2000) llama movimiento ficticio, pero esta oración también incorpora una metáfora correlacional. En nuestra vida cotidiana utilizamos los puntos de referencia (ej. jalones, mojones) como ayudas para poder guiarnos al recorrer un camino. En (64) el punto de referencia (una verja) actúa como guía y nos “conduce” por un camino imaginario que llega hasta el interior del patio. Esta parte es la de movimiento ficticio. Es decir, en (64) cooperan metáfora y movimiento ficticio para hacernos simular mentalmente nuestro desplazamiento a lo largo del camino imaginario que conecta el exterior y el interior de una hacienda pasando por una verja que sirve de “guía” metafórica, como punto de referencia del referido camino. Una versión literal de esta expresión podría ser:

(66) A través de la verja se accede al patio interior.

Sin embargo, en esta versión se pierde el papel de la verja como punto de referencia y guía y se diluye el impacto del movimiento ficticio, que pierde prominencia debido a que se focaliza la utilización de la verja como medio para llegar al patio interior. Desde un punto de vista construccional, la cooperación de movimiento ficticio y metáfora correlacional posibilitan la utilización de un patrón sintáctico no congruente con la realidad, en el que el medio se convierte en el agente responsable de guiar a quien se desplace por el camino imaginario. Esta combinación, ejemplificada por las oraciones (67)-(70), sustenta un patrón construccional cuya forma general es XPsuj+V+NPobj+XPdireccional, donde V pertenece a la clase de verbos de guía y el objeto y complemento direccional son opcionales, salvo en los casos como el de la oración (70), en la que el verbo requiere este segundo complemento, que, por tanto, no marcamos como opcional:

(67) La torre guía (a los viajeros) (hacia la entrada de la ciudad).

(68) El faro orienta (a los navegantes) (por las aguas bravas de esta costa).

(69) El haz de luz dirige (a los pilotos) (hacia la pista).

(70) Una estrecha escalera lleva (a los visitantes) al campanario.

Finalmente, la oración (65) se basa en la metáfora correlacional UN CAMBIO DE ESTADO ES UN CAMBIO DE LOCALIZACIÓN, que es una variante de EL CAMBIO ES MOVIMIENTO, cuya base experiencial se ha descrito en (58). Una versión congruente de la oración (65) podría haber sido la siguiente:

(71) Hizo que dejara de estar afectado por el aprieto.

Como en ocasiones anteriores, la conceptualización metafórica aporta matices de significado que no están presentes en la versión literal. Así, en (65) la lógica del dominio fuente de la metáfora (sacar a alguien de un sitio donde puede recibir daños) otorga mayor prominencia conceptual al cambio de estado y a la liberación que este supone. La alternativa literal expresada en (71) es neutra en este sentido. Dicha metáfora, por otra parte, da sentido a expresiones en las que se utiliza la clase de verbos de cambio de localización para expresar cambios de estado. La expresión de cambio de estado es característica de las construcciones resultativas (Rompió el jarrón en mil pedazos, Pintó la pared de verde, Dejó la despensa vacía), que emplean predicaciones secundarias en forma de adjetivos (vacía) o de otros sintagmas funcionalmente equivalentes (de verde, en mil pedazos) (cf. Goldberg y Jackendoff 2004, Luzondo 2014, Ruiz de Mendoza y Luzondo 2016). La metáfora citada nos permite considerar las expresiones metafóricas con verbos de cambio de localización como parte de la familia de las resultativas.

5. Conclusión

Hemos realizado un recorrido por diversos postulados de la Lingüística Cognitiva y hemos demostrado su capacidad explicativa no solo a nivel conceptual sino también gramatical. Hemos podido comprobar las ventajas de un análisis no reduccionista del lenguaje, en el que se contempla el potencial de significado de cada opción léxico-gramatical en función de objetivos comunicativos y de factores cognitivos. Entre estos segundos factores encontramos dos grandes grupos: los relativos a la percepción y los relativos a la creación de modelos cognitivos de la realidad. Ambos grupos de factores inciden en lo que cada lengua puede expresar y en cómo lo hace, pero su función está bien diferenciada. Los primeros aportan diversas perspectivas sobre la realidad, mientras que los segundos proporcionan esquemas de razonamiento que actúan como fuente de inferencias. Entre los primeros se cuentan la iconicidad y las relaciones de figura y fondo, que se aplican en diversos órdenes de la conceptualización y, por tanto, del lenguaje. Entre los segundos se encuentran la metonimia y la metáfora, que se revelan como mecanismos importantes en la configuración de la gramática de las lenguas. Visto esto, no podemos sino transcender la visión del lenguaje como una facultad innata del ser humano e ir más allá y considerar que hay factores de índole perceptual y conceptual que determinan qué forma y capacidad significativa puede tener la lengua. Vamos, por tanto, del estudio de la facultad del lenguaje al de las facultades que definen el lenguaje, esto es, a todos aquellos factores que determinan la composición y funciones de cada elemento del sistema gramatical de una lengua. Un correcto análisis de estos factores nos permite no solo enfrentarnos mejor al estudio de cada lengua sino también comprender en qué consiste la facultad del lenguaje, ya sea que algunos de sus elementos constituyan o no una gramática universal como la postulada en el generativismo.

6. Agradecimientos

Las ideas expuestas en esta lección se relacionan con el trabajo del autor para el proyecto FFI2017-82730-P, financiado por el Ministerio de Economía, Industria y Competitividad. Agradezco a la Dra. Sandra Peña Cervel (Universidad de La Rioja) y a la Dra. Alba Luzondo Oyón (UNED) sus comentarios a una versión preliminar de esta lección. No obstante, cualquier error que se encuentre en la misma es atribuible únicamente al autor.

7. Referencias

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Barcelona, A. (2005). The multilevel operation of metonymy in grammar and discourse, with particular attention to metonymic chains. En F. J. Ruiz de Mendoza y S. Peña (Eds.), Cognitive Linguistics. Internal dynamics and interdisciplinary interaction (pp. 313-352). Berlín/Nueva York: Mouton de Gruyter.

Benczes, R., Barcelona, A., y Ruiz de Mendoza, F. J. (Eds.) (2011). Defining metonymy in Cognitive Linguistics. Towards a consensus view. Ámsterdam/Filadelfia: John Benjamins.

Bierwiaczonek, B. (2013). Metonymy in language, thought and brain. Sheffield/Bristol: Equinox.

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